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viernes, 18 de abril de 2014

LEYENDAS DE DURANGO




EL DIABLO EN SEMANA SANTA


LEYENDA DE DURANGO.

Por el Prof. Manuel Lozoya Cigarroa.


Corría el mes de Abril del año de gracia de 1990 y Durango la ciudad cuatro veces centenaria que en cada calle anida una historia, tranquila y callada miraba transcurrir el paso de los siglos impasible y serena como las torres de su catedral que poco se desgastan con el deslizamiento del tiempo.


Como consecuencia de una de las leyes del universo, que nos dice que nada se consume pero si se transforma, así la ciudad centenaria, callada y tranquila, mudó de costumbres y la celebración de la Semana Mayor, que antes era de recato, rezos, reflexión y recogimiento donde se estudiaba y se leía muchas veces las siete estaciones, los vía crucis y la pasión de Jesús el redentor del mundo, ahora por la magia del tiempo, la concepción materialista de la formación humana y las teorías científicas del siglo XX, convirtieron a la Semana Santa, que será Santa hasta la consumación de los siglos, en semana de descanso, recreo, vacaciones, distracción mundana, baños de mar, excursiones a la montaña, paladear una cerveza bien helada y batanear saboreando un jaibol, una cuba libre o un buen tequila añejo, al mismo tiempo que se disfrutan los estrenos más recientes de los video clubs.


Así es la vida, el mundo y todo lo constituye el cosmos universal, mutante y con algo nuevo cada día.


Los viejos decimos que los muchachos de hoy, las generaciones del presente han cambiado tanto que no creen en Dios, ateos, blasfemos y antirreligiosos. No es así, los jóvenes son como fuimos nosotros, inquietos, cargados de energía vital que transforma al mundo, al entorno social, político y económico del que forman parte.


En ese cambio de valores, costumbres y patrones sociales diferentes vivió Josefina, la protagonista de esta leyenda, que al decir de quienes la conocieron, era una morena clara, con ojos verdes como la esmeralda y grandes como un mirasol con su corola abierta. Pisaba sus 18 años cumplidos, era de estatura media ligeramente alta, esbelta y de cuerpo agradable bien proporcionado.


Como todas las muchachas de su edad, amaba la vida y la vida la amaba protegiéndola al otorgarle una personalidad dominante y seductora. Muy curioso en una mujer tan guapa, no tenía novio porque amaba a todos los hombres. Era dueña de sí misma y adoradora de la libertad. Sus amigos que eran muchos, todos la codiciaban deseaban hacerla suya porque se antojaba entre los hombres su posesión; pero la muchacha era tan inteligente que a todos pagaba su admiración con una sonrisa de su luminoso rostro.


La tarde del Viernes Santo, la muchacha salió de su casa dispuesta a pasarla bien, a disfrutar el momento bailando mucho y se dirigió a la discoteca Ciclón’s, centro social distinguido y exclusivo donde se daban punto de cita lo más selecto de la sociedad juvenil duranguense.


Acompañada de un grupo de amigos de su predilección disfrutaban de lo lindo, cuando llegó a invitarla a danzar un apuesto joven, con traje negro de rigurosa etiqueta y le dio el brazo a Josefina, por la penumbra del recinto y el relampagueo del permanente cambio de luces, sus facciones no se apreciaban del todo, pero su media filiación acusaba que cara delgada y facciones afiladas, sus ojos grandes y ligeramente oblicuos brillaban intensamente con la luz, como si fueran un par de brasas encendidas en toda plenitud. Bailaron lambada, baile de moda, con tanto frenesí y perfección que parecía una orgía que a cada momento vibraba más por el calor y el impulso desenfrenado del sexo. Fue tanto y tan excitante el baile, que todas las parejas del salón hicieron rueda en torno a los danzantes. De pronto todo mundo quedo estupefacto, como acalambrados por un engarrotamiento, nadie podía hablar ni pronunciar palabra, tampoco retirarse del lugar o dejar de mirar lo que observaban. Como atraídos por un maleficio contemplaban todos con asombro y sin poderlo evitar, que aquel elegante bailador en lugar de zapatos tenía en un pie una pata de gallo y en el otro una pezuña de cabra. Un olor a azufre quemado se generalizó y continuó en aumento y nadie podía gritar, ni retirarse de donde estaban parados.


Dicen los que presenciaron el suceso que de pronto empezó la pareja a levantarse del piso de la pista, como que flotaban en el espacio y se acercaban al techo del salón.


El espectáculo era atractivo y aterrador al mismo tiempo, enajenaba a quien lo presenciaba, al extremo de no poder separar la vista de la pareja de danzantes.

No se supo de donde, ni quien lo dijo, pero de pronto se escuchó un ¡Ave María Purísima! En el preciso momento en el que se apagó la luz y el recinto quedó en tinieblas.


Pronto volvió luz, al mismo tiempo que los presentes se santiguaban, alababan a Dios unos, rezos otros y Josefina yacía tirada inconsciente en el centro de la pista. El vestido lo tenía quemado y en la espalda se le veía la carne viva con una mano estampada. El bailador no se supo de done salió, los guardias de la puerta nunca lo vieron pasar, sin embargo, una patrulla de tránsito y dos de policías uniformados que se encontraban estacionados en la calle, escucharon un tremendo arrancón, el chirriar de llantas y una inmensa nube de polvo al mismo tiempo que una voz cavernosa y burlesca que invadía toda la cuadra se escuchaba muy amplificada, irrumpiendo en una carcajada macabra y sin fin… ¡¡ja, ja, ja…!!  las patrullas de tránsito y de policías, partieron tras el misterioso sujeto que enfilo su carrera desenfrenada al centro de la ciudad. Por radio se pidió la colaboración de otras patrullas, 6 en total quienes persiguieron a la misteriosa camioneta y nunca lograron capturarla. En 2 ocasiones la coparon de tal modo que no le quedo más recurso que detenerse y cuando los guardianes del orden se acercaron al misterioso vehículo pistola en mano, la camioneta con su conductor desaparecieron como por encanto, para escucharse el chirriar de llantas y la carcajada diabólica por otra calle. Finalmente tomo la calle Pino Suárez al oriente y dicen que al rebasar la puerta central del Panteón de Oriente, el macabro vehículo con su conductor desapareció y no se volvió ver por ninguna parte.


A Josefina se le recogió en estado de inconciencia y cuando en coche particular era conducida al Hospital San Jorge, en el camino desapareció misteriosamente, dejándoles la sensación a sus amigos y conocidos que todo aquello había sido un sueño, una pesadilla colectiva en donde participaron muchas gentes.


La noticia se extendió por todos los confines de la ciudad, los que presenciaron de cerca el estrujante acontecimiento se han negado a proporcionar detalles. Dicen que no quieren recordar la escalofriante experiencia, menos narrar lo que presenciaron. La familia de Josefina horrorizada huyó de la ciudad sin dejar rastro, ni dejar información de su nuevo domicilio.


Todas las familias durangueñas se sacudieron de terror con esta leyenda y tras las puertas de sus casas se apresuraron a poner una cruz de alma bendita, de las palmas que acababan de cosechar ese Domingo de Ramos.

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