EL DIABLO EN SEMANA SANTA
LEYENDA DE DURANGO.
Por el Prof. Manuel Lozoya Cigarroa.
Corría el mes de Abril del año de gracia de 1990 y
Durango la ciudad cuatro veces centenaria que en cada calle anida una historia,
tranquila y callada miraba transcurrir el paso de los siglos impasible y serena
como las torres de su catedral que poco se desgastan con el deslizamiento del
tiempo.
Como consecuencia de una de las leyes del universo,
que nos dice que nada se consume pero si se transforma, así la ciudad
centenaria, callada y tranquila, mudó de costumbres y la celebración de la
Semana Mayor, que antes era de recato, rezos, reflexión y recogimiento donde se
estudiaba y se leía muchas veces las siete estaciones, los vía crucis y la
pasión de Jesús el redentor del mundo, ahora por la magia del tiempo, la
concepción materialista de la formación humana y las teorías científicas del
siglo XX, convirtieron a la Semana Santa, que será Santa hasta la consumación
de los siglos, en semana de descanso, recreo, vacaciones, distracción mundana,
baños de mar, excursiones a la montaña, paladear una cerveza bien helada y
batanear saboreando un jaibol, una cuba libre o un buen tequila añejo, al mismo
tiempo que se disfrutan los estrenos más recientes de los video clubs.
Así es la vida, el mundo y todo lo constituye el
cosmos universal, mutante y con algo nuevo cada día.
Los viejos decimos que los muchachos de hoy, las
generaciones del presente han cambiado tanto que no creen en Dios, ateos,
blasfemos y antirreligiosos. No es así, los jóvenes son como fuimos nosotros,
inquietos, cargados de energía vital que transforma al mundo, al entorno
social, político y económico del que forman parte.
En ese cambio de valores, costumbres y patrones
sociales diferentes vivió Josefina, la protagonista de esta leyenda, que al
decir de quienes la conocieron, era una morena clara, con ojos verdes como la
esmeralda y grandes como un mirasol con su corola abierta. Pisaba sus 18 años
cumplidos, era de estatura media ligeramente alta, esbelta y de cuerpo
agradable bien proporcionado.
Como todas las muchachas de su edad, amaba la vida
y la vida la amaba protegiéndola al otorgarle una personalidad dominante y
seductora. Muy curioso en una mujer tan guapa, no tenía novio porque amaba a
todos los hombres. Era dueña de sí misma y adoradora de la libertad. Sus amigos
que eran muchos, todos la codiciaban deseaban hacerla suya porque se antojaba
entre los hombres su posesión; pero la muchacha era tan inteligente que a todos
pagaba su admiración con una sonrisa de su luminoso rostro.
La tarde del Viernes Santo, la muchacha salió de su
casa dispuesta a pasarla bien, a disfrutar el momento bailando mucho y se
dirigió a la discoteca Ciclón’s, centro social distinguido y exclusivo donde se
daban punto de cita lo más selecto de la sociedad juvenil duranguense.
Acompañada de un grupo de amigos de su predilección
disfrutaban de lo lindo, cuando llegó a invitarla a danzar un apuesto joven,
con traje negro de rigurosa etiqueta y le dio el brazo a Josefina, por la
penumbra del recinto y el relampagueo del permanente cambio de luces, sus
facciones no se apreciaban del todo, pero su media filiación acusaba que cara
delgada y facciones afiladas, sus ojos grandes y ligeramente oblicuos brillaban
intensamente con la luz, como si fueran un par de brasas encendidas en toda
plenitud. Bailaron lambada, baile de moda, con tanto frenesí y perfección que
parecía una orgía que a cada momento vibraba más por el calor y el impulso
desenfrenado del sexo. Fue tanto y tan excitante el baile, que todas las
parejas del salón hicieron rueda en torno a los danzantes. De pronto todo mundo
quedo estupefacto, como acalambrados por un engarrotamiento, nadie podía hablar
ni pronunciar palabra, tampoco retirarse del lugar o dejar de mirar lo que
observaban. Como atraídos por un maleficio contemplaban todos con asombro y sin
poderlo evitar, que aquel elegante bailador en lugar de zapatos tenía en un pie
una pata de gallo y en el otro una pezuña de cabra. Un olor a azufre quemado se
generalizó y continuó en aumento y nadie podía gritar, ni retirarse de donde
estaban parados.
Dicen los que presenciaron el suceso que de pronto
empezó la pareja a levantarse del piso de la pista, como que flotaban en el
espacio y se acercaban al techo del salón.
El espectáculo era atractivo y aterrador al mismo
tiempo, enajenaba a quien lo presenciaba, al extremo de no poder separar la
vista de la pareja de danzantes.
No se supo de donde, ni quien lo dijo, pero de
pronto se escuchó un ¡Ave María Purísima! En el preciso momento en el que se
apagó la luz y el recinto quedó en tinieblas.
Pronto volvió luz, al mismo tiempo que los
presentes se santiguaban, alababan a Dios unos, rezos otros y Josefina yacía
tirada inconsciente en el centro de la pista. El vestido lo tenía quemado y en
la espalda se le veía la carne viva con una mano estampada. El bailador no se
supo de done salió, los guardias de la puerta nunca lo vieron pasar, sin
embargo, una patrulla de tránsito y dos de policías uniformados que se
encontraban estacionados en la calle, escucharon un tremendo arrancón, el
chirriar de llantas y una inmensa nube de polvo al mismo tiempo que una voz
cavernosa y burlesca que invadía toda la cuadra se escuchaba muy amplificada,
irrumpiendo en una carcajada macabra y sin fin… ¡¡ja, ja, ja…!! las patrullas de tránsito y de policías,
partieron tras el misterioso sujeto que enfilo su carrera desenfrenada al
centro de la ciudad. Por radio se pidió la colaboración de otras patrullas, 6
en total quienes persiguieron a la misteriosa camioneta y nunca lograron
capturarla. En 2 ocasiones la coparon de tal modo que no le quedo más recurso
que detenerse y cuando los guardianes del orden se acercaron al misterioso
vehículo pistola en mano, la camioneta con su conductor desaparecieron como por
encanto, para escucharse el chirriar de llantas y la carcajada diabólica por
otra calle. Finalmente tomo la calle Pino Suárez al oriente y dicen que al
rebasar la puerta central del Panteón de Oriente, el macabro vehículo con su
conductor desapareció y no se volvió ver por ninguna parte.
A Josefina se le recogió en estado de inconciencia
y cuando en coche particular era conducida al Hospital San Jorge, en el camino
desapareció misteriosamente, dejándoles la sensación a sus amigos y conocidos
que todo aquello había sido un sueño, una pesadilla colectiva en donde
participaron muchas gentes.
La noticia se extendió por todos los confines de la
ciudad, los que presenciaron de cerca el estrujante acontecimiento se han
negado a proporcionar detalles. Dicen que no quieren recordar la escalofriante
experiencia, menos narrar lo que presenciaron. La familia de Josefina
horrorizada huyó de la ciudad sin dejar rastro, ni dejar información de su
nuevo domicilio.
Todas las familias durangueñas se sacudieron de
terror con esta leyenda y tras las puertas de sus casas se apresuraron a poner
una cruz de alma bendita, de las palmas que acababan de cosechar ese Domingo de
Ramos.
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