LEYENDAS Y RELATOS DEL DURANGO ANTIGUO
En
Durango, la narrativa popular ha permitido a sus habitantes y también a los de
otros estados de la república mexicana, conocer gente, costumbres, gastronomía,
lugares, etc., pero en este tipo de transmisión oral primero, escrita después,
y ya actualmente por multimedios, difundir casi todo de esto descrito.
Uno de los
géneros literarios, si así podemos llamarlo, es el de la Leyenda, misma que
relata en sus líneas, sucesos que rayan en la fantasía y que, fueron transmitidos
de generación en generación hasta llegar a la nuestra, pero, según la imaginación
popular y el momento, se le fueron añadiendo tal vez, esas situaciones que la
han tornado fantástica, pero que siempre queda el beneficio de la duda.
El
profesor Manuel Lozoya Cigarroa, recientemente fallecido, fue reconocido principalmente por ser el autor de “Leyendas y Relatos del Durango Antiguo” con los que este autor
hizo a Durango una ciudad mágica y llena de leyenda. Fueron varios tomos
diferentes así como ediciones de estos maravillosos cuentos los que lograron
incrustar a esta ciudad en el mundo maravilloso de la leyenda. También escribió
diversos libros tales como: “Monografías
del Municipio de Durango”, “Durango Siglo XX”, “Francisco Villa el Grande”,
Historia mínima de Durango”, entre otros, pero fueron sus libros de leyendas,
los cuales creo que existen uno en cada hogar de Durango y que llegaron a
inmortalizar a este escritor por su ligera y amena pluma, que hizo que llegara
a la comprensión del público propio y extraño. Títulos como “La monja de catedral”, “El músico que le
tocó al diablo”, “El alacrán de la penitenciaría”, “El diablo en semana santa”,
“El tesoro de Pancho Villa”, “La bruja de la calle Ciénega” y muchos,
muchos relatos más, que todavía hacen la delicia de grandes y chicos, sobre
todo al escucharlos en la noche a la luz mortecina de una hoguera y en la voz
de los abuelos, en un esfuerzo por mantener viva la tradición de las leyendas,
pero sobre todo, la de la unión familiar.
Enseguida,
voy a transcribir uno de estos relatos, que dieron al profesor Lozoya Cigarroa,
fama y credibilidad, por sustentarlos en fuentes fidedignas y asegurar siempre
con la frase: “Como me lo contaron se lo
cuento”…. Disfrútenlo.
“EL CONFESIONARIO
QUE MOVIÓ DIABLO”
Este
relato es considerado una joya de la narrativa duranguense catalogado
dentro de la riqueza cultural, está escrita en el libro de relatos y Leyendas
Escritas de Durango del profesor Manuel Lozoya Cigarroa, como un homenaje
aquí les dejamos esta leyenda completa la cual es una de las más contadas
por los duranguenses:
La
centenaria catedral de la ciudad de Durango con más de cuatro siglos de
existencia, ha contemplado imperturbable el paso de muchas generaciones que han
dejado en sus canteras, el recuerdo de tantos y tantos aconteceres que
transformados en consejas y leyendas llegan hasta nosotros con el rancio sabor
de tiempos idos, para enriquecer el folklore de este Durango nuestro al que
todos amamos con pasión.
Transcurría
la primera mitad del siglo XVIII por los años de 1738, cuando la noble y
callada ciudad colonial de Durango, capital de la provincia de nueva Vizcaya se
estremeció con la noticia de que en el interior del sacro recinto de la Santa
Iglesia Catedral, se había presentado un hecho insólito, terrorífico e infernal
que crispó los nervios de autoridades civiles y eclesiásticas, así como de la
tranquila población de la comarca, al saber que Juan Pérez de Toledo Y Mendoza y en su arrepentimiento y afán de
nulificar el trato que tenía con el diablo, había quedado muerto dentro de la
misma catedral. Al decir de mi abuela, el mencionado Juan Pérez de Toledo, era
un hombre dominado por el vicio y la ambición, rico de nacimiento que dilapidó
inmensa fortuna entregado al vino, el juego y las mujeres y toda clase de
vicios que puede cargar sobre si un ser humano.
Es ley
natural del universo que todo tiene principio y tiene fin, circunstancia que
llevó a la miseria Juan Pérez, quien al mirarse abrumado por la pobreza y el
vicio, optó por recurrir al robo y el asesinato para satisfacer sus insanas
necesidades y mitigar la falta de recursos que lo acosaba en todas partes.
La
justicia lo perseguía, la indigencia y el vicio lo seguían dominando y en un
arranque supremo de desesperación y angustia, tratando de encontrar una
solución mágica a sus problemas, recurrió a pedir el auxilio y ayuda al diablo.
En un
lugar distante de la ciudad, allá por el oriente, donde hacían cruz los caminos
y cuando la campana mayor de la catedral sonaba las doce de la noche, aquel
hombre solo y en la oscuridad llamo tres veces a Satanás, supremo señor de las
tinieblas quien envuelto en un torbellino de viento y polvo, llegó con traje de
la época, totalmente negro, rostro cadavérico donde brillaban un par de ojos
rojos que despedían fuego. Después de breve cambios de palabras Juan fue investido
de poderes sobrenaturales para obtener dinero, vino y mujeres en abundancia,
con el solo hecho de pedirlos con el pensamiento. El hombre continuó con su
desordenado vivir, entre tanto, el tiempo seguía su curso en sucesión
inevitable de días y de noches, haciendo envejecer al personaje del relato, hasta
llevarlo a la vejez absoluta, cuando ya no podía ni con su persona, menos aun
con sus vicios y vida disipada.
Cuando el
tiempo madura la existencia de los seres humanos, como hace madurar los frutos
en las plantas, llega la reflexión, el arrepentimiento a las acciones
equivocadas y por fin el ser se encuentra consigo mismo, entiende mucho de los
secretos del universo, y se comunica espiritualmente con el Ser Superior de la
Creación, tratando de entender el misterio de la muerte, como fin de la
existencia y principio de la eternidad.
En ese
supremo instante de arrepentimiento y vergüenza personal, el personaje de esta
leyenda sintió la necesidad de romper el compromiso contraído con el diablo y
pretendió burlar el pacto, penetró a la catedral, se acercó a un sacerdote
pidiendo confesión y cuando todo estaba dispuesto para llevar el sacramento,
arrodillado frente al confesor, repentinamente el pesado confesionario con todo
y el clérigo que estaba sentado en el mueble, fue levantado bruscamente
colocando la puerta al lado de la pared y dejando a quien pretendía confesarse
en la parte de atrás, el cual cayó muerto de manera fulminante con el asombro
de que el confesor que aprisionado dentro del confesionario empezó a gritar
pidiendo a Dios perdón y misericordia. Poco tiempo después, el sacristán y
demás autoridades del templo rescataron al sacerdote y levantaron al muerto, el
cual daba aspecto de haber sido quemado como fulminado por un rayo y despedía
desagradable olor a azufre.
La
noticia se extendió en la ciudad como reguero de pólvora y el confesionario
aborrecido por todos, fue sentenciado al olvido, permaneciendo por siglos en un
pasillo de la sacristía de los padres. En un hermoso y pesado mueble de madera,
primorosamente tallado precisamente en el siglo XVIII y, actualmente luce
rehabilitado colocado en la nave derecha de la catedral cerca de la sacristía
de la hermosa y majestuosa Catedral de Durango.
No hay comentarios:
Publicar un comentario