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viernes, 18 de abril de 2014

"EL CONFESIONARIO QUE MOVIÓ EL DIABLO"




LEYENDAS Y RELATOS DEL DURANGO ANTIGUO


En Durango, la narrativa popular ha permitido a sus habitantes y también a los de otros estados de la república mexicana, conocer gente, costumbres, gastronomía, lugares, etc., pero en este tipo de transmisión oral primero, escrita después, y ya actualmente por multimedios, difundir casi todo de esto descrito.

Uno de los géneros literarios, si así podemos llamarlo, es el de la Leyenda, misma que relata en sus líneas, sucesos que rayan en la fantasía y que, fueron transmitidos de generación en generación hasta llegar a la nuestra, pero, según la imaginación popular y el momento, se le fueron añadiendo tal vez, esas situaciones que la han tornado fantástica, pero que siempre queda el beneficio de la duda.

El profesor Manuel Lozoya Cigarroa, recientemente fallecido, fue reconocido principalmente  por ser el autor de “Leyendas y Relatos del Durango Antiguo” con los que este autor hizo a Durango una ciudad mágica y llena de leyenda. Fueron varios tomos diferentes así como ediciones de estos maravillosos cuentos los que lograron incrustar a esta ciudad en el mundo maravilloso de la leyenda. También escribió diversos libros tales como: “Monografías del Municipio de Durango”, “Durango Siglo XX”, “Francisco Villa el Grande”, Historia mínima de Durango”, entre otros, pero fueron sus libros de leyendas, los cuales creo que existen uno en cada hogar de Durango y que llegaron a inmortalizar a este escritor por su ligera y amena pluma, que hizo que llegara a la comprensión del público propio y extraño. Títulos como “La monja de catedral”, “El músico que le tocó al diablo”, “El alacrán de la penitenciaría”, “El diablo en semana santa”, “El tesoro de Pancho Villa”, “La bruja de la calle Ciénega” y muchos, muchos relatos más, que todavía hacen la delicia de grandes y chicos, sobre todo al escucharlos en la noche a la luz mortecina de una hoguera y en la voz de los abuelos, en un esfuerzo por mantener viva la tradición de las leyendas, pero sobre todo, la de la unión familiar.

Enseguida, voy a transcribir uno de estos relatos, que dieron al profesor Lozoya Cigarroa, fama y credibilidad, por sustentarlos en fuentes fidedignas y asegurar siempre con la frase: “Como me lo contaron se lo cuento”…. Disfrútenlo.

 

 

“EL CONFESIONARIO QUE MOVIÓ  DIABLO” 

Este relato es considerado una  joya de la narrativa duranguense catalogado dentro de la riqueza cultural, está escrita en el libro de relatos y Leyendas Escritas de Durango del profesor Manuel Lozoya Cigarroa, como un homenaje  aquí  les dejamos esta leyenda completa la cual es una de las más contadas por los duranguenses:

La centenaria catedral de la ciudad de Durango con más de cuatro siglos de existencia, ha contemplado imperturbable el paso de muchas generaciones que han dejado en sus canteras, el recuerdo de tantos y tantos aconteceres que transformados en consejas y leyendas llegan hasta nosotros con el rancio sabor de tiempos idos, para enriquecer el folklore de este Durango nuestro al que todos amamos con pasión.

Transcurría la primera mitad del siglo XVIII por los años de 1738, cuando la noble y callada ciudad colonial de Durango, capital de la provincia de nueva Vizcaya se estremeció con la noticia de que en el interior del sacro recinto de la Santa Iglesia Catedral, se había presentado un hecho insólito, terrorífico e infernal que crispó los nervios de autoridades civiles y eclesiásticas, así como de la tranquila población de la comarca, al saber que Juan Pérez de Toledo Y Mendoza y en su arrepentimiento y afán de nulificar el trato que tenía con el diablo, había quedado muerto dentro de la misma catedral. Al decir de mi abuela, el mencionado Juan Pérez de Toledo, era un hombre dominado por el vicio y la ambición, rico de nacimiento que dilapidó inmensa fortuna entregado al vino, el juego y las mujeres y toda clase de vicios que puede cargar sobre si un ser humano.

Es ley natural del universo que todo tiene principio y tiene fin, circunstancia que llevó a la miseria Juan Pérez, quien al mirarse abrumado por la pobreza y el vicio, optó por recurrir al robo y el asesinato para satisfacer sus insanas necesidades y mitigar la falta de recursos que lo acosaba en todas partes.

La justicia lo perseguía, la indigencia y el vicio lo seguían dominando y en un arranque supremo de desesperación y angustia, tratando de encontrar una solución mágica a sus problemas, recurrió a pedir el auxilio y ayuda al diablo.

En un lugar distante de la ciudad, allá por el oriente, donde hacían cruz los caminos y cuando la campana mayor de la catedral sonaba las doce de la noche, aquel hombre solo y en la oscuridad llamo tres veces a Satanás, supremo señor de las tinieblas quien envuelto en un torbellino de viento y polvo, llegó con traje de la época, totalmente negro, rostro cadavérico donde brillaban un par de ojos rojos que despedían fuego. Después de breve cambios de palabras Juan fue investido de poderes sobrenaturales para obtener dinero, vino y mujeres en abundancia, con el solo hecho de pedirlos con el pensamiento. El hombre continuó con su desordenado vivir, entre tanto, el tiempo seguía su curso en sucesión inevitable de días y de noches, haciendo envejecer al personaje del relato, hasta llevarlo a la vejez absoluta, cuando ya no podía ni con su persona, menos aun con sus vicios y vida disipada.

Cuando el tiempo madura la existencia de los seres humanos, como hace madurar los frutos en las plantas, llega la reflexión, el arrepentimiento a las acciones equivocadas y por fin el ser se encuentra consigo mismo, entiende mucho de los secretos del universo, y se comunica espiritualmente con el Ser Superior de la Creación, tratando de entender el misterio de la muerte, como fin de la existencia y principio de la eternidad.

En ese supremo instante de arrepentimiento y vergüenza personal, el personaje de esta leyenda sintió la necesidad de romper el compromiso contraído con el diablo y pretendió burlar el pacto, penetró a la catedral, se acercó a un sacerdote pidiendo confesión y cuando todo estaba dispuesto para llevar el sacramento, arrodillado frente al confesor, repentinamente el pesado confesionario con todo y el clérigo que estaba sentado en el mueble, fue levantado bruscamente colocando la puerta al lado de la pared y dejando a quien pretendía confesarse en la parte de atrás, el cual cayó muerto de manera fulminante con el asombro de que el confesor que aprisionado dentro del confesionario empezó a gritar pidiendo a Dios perdón y misericordia. Poco tiempo después, el sacristán y demás autoridades del templo rescataron al sacerdote y levantaron al muerto, el cual daba aspecto de haber sido quemado como fulminado por un rayo y despedía desagradable olor a azufre.

La noticia se extendió en la ciudad como reguero de pólvora y el confesionario aborrecido por todos, fue sentenciado al olvido, permaneciendo por siglos en un pasillo de la sacristía de los padres. En un hermoso y pesado mueble de madera, primorosamente tallado precisamente en el siglo XVIII y, actualmente luce rehabilitado colocado en la nave derecha de la catedral cerca de la sacristía de la hermosa y majestuosa Catedral de Durango.

 

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